En esta entrada, quiero compartirles la historia de algunos locos y excéntricos bastante curiosos. En vez de mostrarles a los ya muy conocidos (Howard Hughes, por ejemplo), me decidí por otros igualmente interesantes, de quienes no se oye hablar muy seguido:
Norton I, Emperador de E.U. y Protector de México
Bien conocido es que, desde sus primeros días, los Estados Unidos de América huyeron de cualquier tipo de forma de gobierno relacionada con la monarquía, a pesar de que históricamente llegue a ser conocido su dominio como cercano al fenómeno imperial. Ahora bien, hubo alguien que se autoproclamó Emperador de los Estados Unidos y, sólo por ese sencillo ataque de lunática megalomanía, merece un pequeño hueco en cualquier recopilación de hechos curiosos y excentricidades.
Su Majestad el Emperador Norton I de los Estados Unidos de América y Protector de México, era un tipo de lo más curioso. Su nombre real, o al menos uno de los que utilizó, era Joshua Abraham Norton y, aparte de eso, poco se sabe acerca de sus orígenes. El Emperador, que vivía en San Francisco, había llegado a California como un aventurero más a mediados del siglo XIX, durante la fiebre del oro. Posiblemente nació en Inglaterra y, cuando falleció, en 1880, los cronistas calcularon que debía rondar entre los sesenta y cinco y los setenta años de edad.
De niño pasó un tiempo con su familia en Sudáfrica, donde su pades había emigrado hacia 1820. Sus parientes, próspera estirpe de comerciantes judíos, proporcionó como herencia a Norton una buena suma de dinero. Con los bolsillos llenos, decidió probar fortuna en América y, al principio, sus aventuras comerciales marcharon por buen camino. La avaricia hizo presa en sus deseos, especuló despiadadamente con el precio del arroz y terminó perdiendo casi todo su capital, hasta verse obligado a declarar la bancarrota de su sociedad tras perder diversos litigios presentados en su contra por sus socios.
Ahí está, posiblemente, el origen de su excentricidad. Alguien que había estado siempre en la cima, vivido de forma opulenta y acostumbrado a los tratos comerciales con diversos países, no podía quedarse quieto viendo cómo los días pasaban sin más. Por un tiempo desapareció, y nadie sabe a ciencia cierta dónde pudo vivir, hasta que reapareció repentinamente convertido en un extraño personaje. Envió cartas y artículos a diversos periódicos de San Francisco, quejándose del sistema de gobierno estadounidense, de su justicia y de los funcionarios del estado. Finalmente, presentó como la única solución a todos los males burocráticos del país una solución de lo más cómico. Proclamado a sí mismo como Emperador, llamó a representantes de todos los estados a reunirse en forma de nueva cámara de representantes en San Francisco. Sucedió en 17 de septiembre de 1859 y, al principio, tanto los periódicos como el público siguieron sus acciones con expectativa, como si se tratara de una obra de teatro. Norton I gritaba por doquier contra la corrupción, ordenaba movimientos de tropas y la abolición de las leyes anteriores así como la disolución del Congreso.
Se inició así uno de los “reinados” más surrealistas de cuantos haya habido nunca. Con el paso del tiempo Norton I estableció todo tipo de leyes para gobernar su imperio y planeó la construcción de grandes infraestructuras. Mandó la construcción de un puente colgante precisamente en el mismo lugar sobre el que muchos años más tarde se levantaría el Golden Gate, redactó edictos de todo tipo y, para colmo, se nombró Protector de México, porque en su opinión los gobernantes de ese país eran incapaces de hace prosperar a su pueblo.
No se sabe si Norton I se tomaba en serio a sí mismo, puesto que su influencia no pasaba de las risas que solía levantar a su alrededor, pero la función duró bastante. Su personaje imperial tenía espacio asegurado en la prensa, muchos curiosos visitaban su Corte, que no era más que un viejo edificio de apartamentos de alquiler. Vestido con sus ropajes imperiales, paseaba por San Francisco acompañado de sus dos perros, siendo saludado, o insultado, por quienes con él se cruzaban. Pero lo que comenzó como una protesta esperpéntica fue dando paso a un personaje típico de la ciudad. Como si se tratara de una atracción de feria, llegaban gentes desde muy lejos a conocer al gran Emperador, los restaurantes le ofrecían comidas gratuitas, sobre todo porque su presencia animaba el ambiente. Las críticas de Norton I fueron efectivas muchas veces, su ácido estilo a la hora de redactar sus artículos-leyes podían hacer daño a la credibilidad de personas o empresas, porque solía fijar el blanco de sus ataquen en problemas que acuciaban a los habitantes de San Francisco, quienes lo adoptaron como si fuera parte del paisaje urbano. Fueron muchos los incidentes que protagonizó, como el instituir un impuesto a los tenderos de San Francisco para mantener la Corte. Apenas se trataba de unos centavos y, muchos de ellos, pagaron gustosos, con tal de que el “circo” se mantuviera. En medio de las calles pronunciaba discursos, gritaba indignado contra de las penurias de los trabajadores, mientras sus medallas brillaban al sol. En cierta ocasión, habiéndose dañado su imperial atuendo y ante sus insistentes quejas, las autoridades municipales le obsequiaron con nuevas ropas.
Norton I se carteó con grandes personajes de su época, acudió a recepciones y fiestas y hasta logró acuñar ficticio papel moneda con su efigie, unos billetes que hoy se han convertido en carísimos objetos de coleccionismo. En medio de la Guerra Civil ordenó el alto al fuego y la reconciliación de las partes, claro que, como no podía ser de otro modo, ni Lincoln ni Jefferson Davis le hicieron caso alguno.
Tras más de dos décadas de mandato, el Emperador Norton I falleció durante una vehemente exposición de sus ideas ante un público expectante. La ciudad lo consideró una gran pérdida e incluso hoy es recordado, pues aunque lunáticos hay muchos, personajes tan originales son escasos. Ciertamente, causaba risa, pero sus discursos solían ir más allá de lo meramente circense. Hoy, una tumba recuerda el paso de Norton I por el mundo bajo un epitafio de lo más directo: Emperador de los Estados Unidos y Protector de México.
John Mytton: el Caballero Derrochador
Rico y noble propietario ingl'es de Shropshire, y apasionado cazador. En una ocasión, apareció en una cena de la que era anfitrión, montado sobre un oso, el cual acabó mordiéndolo en una pierna.
En otra ocasión, condujo su calesa a toda velocidad contra una conejera, para saber si el vehiculo volcaba. Y asi fue. También quiso demostrar que un caballo y un carruaje juntos no podrian saltar sobre una barrera de peaje de un camino, y se accidentó a proposito para demostrar su punto.
Le encantaba la bebida. Se tomaba ocho botellas de oporto al dia, y otras más de cognac. Admitía que el deporte y la bebida eran sus dos pasiones. Bueno, esas dos, y salir desnudo. En ocasiones llegó a salir sin nada de ropa a correr, o a perseguir animales. A veces en dias frios.
También lo admiraban y le sobraban "amigos" por su generosidad. Les arrojaba fajos de billetes a conocidos y criados. La fortuna que tenia se disipó pronto, y falleció en la cárcel especial para deudores, a la edad de 37 años. A su funeral acudió un aproximado de 3 mil personas.
Harry Bensley, el Otro Hombre de la Máscara de Hierro
Un ingles aventurero recordado por la extraordinaria e increíble apuesta con el banquero John Pierpont Morgan y su amigo Hugh Cecil Lowther.
Según el relato original, una noche de 1907 en el Nacional Sporting club de Londres, Morgan y Cecil discutían si un hombre pudiera caminar por el mundo sin ser identificado. Bensley, conocido como un mujeriego y presto a situaciones poco convencionales, escuchó la conversación y se ofreció para probar cualquier proposición siempre y cuando estuviera bien remunerada. El resultado fue que Lonsdale, junto con Morgan apostaron la importante suma por aquel entonces de 21.000 dólares, si Bensley era capaz de completar una circunnavegación peatonal.
Bensley debía cumplir algunas condiciones fundamentales:
“Nunca dar su identificación, viajar por el mundo a través de 169 ciudades británicas y 18 países, recogiendo la firma de un residente local prominente. Viajar con un sólo cambio de ropa interior como equipaje además de autofinanciarse en todo momento los gastos ocasionados. Y lo más increible y fuera de lugar,…Conocer su futura esposa y completar el viaje portando en su cabeza una máscara de hierro de 2kg de peso y empujando un carrito de bebe en todo el trayecto”.
El 1 de enero de 1908 partió de Trafalgar Square de Londres. Se supone que pasó los siguientes seis años y medio, con su carrito y mascara en la carretera, aunque existe cierta controversia sobre hasta que punto cumplió con los terminos de la apuesta. No hay pruebas documentales que acrediten que Bensley realmente cumplió con los terminos del increíble y absurdo desafío, pero la leyenda afirma que llegó hasta China y Japón.
Según el relato original, el 14 de agosto de 1914, el misterioso enmascarado de hierro se encontraba en Génova, Italia, donde afirmaban que había completado casi 50.000 kilómetros de viaje, donde tan sólo le quedaban 7 países restantes en su itinerario.
Pero la Primera Guerra Mundial había comenzado, las dificultades para viajar con estos ridiculos medios mientras su país necesitaba ayuda, hizo meditar a Bensley, que como buen patriota, regresó para luchar por su país. Durante el primer año de guerra fue herido gravemente, para finalmente quedar invalido del ejercito en 1915. Los acontecimientos de la guerra dieron un gope duro a su pequeña fortuna cosechada en inversiones rusas que quedaron en la indigencia.
Después de la guerra trabajó en empleos de bajo nivel como portero de cine o vigilante, para de nuevo verse envuelto en los albores de la Segunda Guerra Mundial donde sirvió de corrector de bombas en una fábrica de municiones.
Harry Bensley murió en una solitaria habitación en Brighton el 21 de mayo de 1956.
Heliogabalo el Horrible
El emperador romano Heliogábalo, cuyo verdadero nombre era Vario Avito Basiano, reinó la capital del ya decadente imperio desde el año 218 al 222.
Totalmente supeditado a su madre, Julia Soemis Basiana, no realizaba ninguna gestión en la administración del estado sin su aprobación, mientras ella llevaba una vida similar a la de las meretrices, cometiendo en Palacio todo tipo de deshonestidades.
Según narra Elio Lampridio en la Historia augusta, los excesos de Heliogábalo no tuvieron fin. De comportamiento transexual, buscaba emisarios por toda Roma que le procurasen hombres bien dotados y "representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas."
En Roma nadie se atrevía a rechazar una invitación para cenar con el emperador. Lo mejor que se podía esperar era una velada de lo más desagradable; lo peor una muerte particularmente indigna. Porque el joven emperador dedicó su corto reinado a gastar pesadísimas bromas a algunos de sus infortunados súbditos.
Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A otros invitados se les servía comida artificial elaborada con cristal, mármol y marfil. La etiqueta exigía que la comieran.
Cuando se servía auténtica comida, los invitados debían estar preparados para encontrar arañas en la gelatina o excremento de león en la repostería. Quien comía demasiado y se quedaba adormilado podía despertar en una habitación llena de leones, leopardos y osos. Si sobrevivía a la impresión pronto descubría que los animales estaban domesticados.
Heliogábalo era muy aficionado a los animales, y con frecuencia su carroza era tirada por perros, ciervos, leones o tigres. Pero existían las mismas probabilidades de verlo llegar a una ceremonia oficial en una carreta tirada por mujeres desnudas.
Con frecuencia ordenaba a sus esclavos que recogiesen telas de araña, ranas, escorpiones o serpientes venenosas que enviaba como regalo a sus cortesanos. En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitadas a una de sus cenas. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron.
Realizó sacrificios de toros en honor a Ceres y otras divinidades que se realizaban sobre una plataforma con orificios, bajo la que recibía la sangre de la víctima ofrendada. Practicó también los ritos de Salambo, que incluían el acto de castración en conexión con distintos cultos orientales. Sacrificó víctimas humanas, eligiendo para ello en toda Italia niños nobles y hermosos cuyos padres y madres vivieran aún con el fin de que la muerte les resultara más dolorosa a ambos.
Construyó unos baños públicos en la mansión imperial y, al mismo tiempo, abrió al pueblo los de Plauciano, para poder así descubrir las cualidades de los hombres mejor dotados sexualmente. Puso un particular empeño en que buscaran a los "onobelos" -que en griego significa "de pene de asno"-, por los lugares más escondidos de toda la ciudad y entre los marineros. Durante su gobierno, encumbró al poder a Aurelio Zotico, un atleta de Esmirna llevado a Roma por orden suya, con quien se casó.
Llamó para ocupar la prefectura del Pretorio a un bailarín que había actuado en Roma como actor, nombró prefecto de la guardia al auriga Cordio y prefecto de los víveres al barbero Claudio. Ordenó recaudar los impuestos de herencias a un mulatero, a un corredor, a un cocinero y a un cerrajero.
Sus despilfarros vaciaron las arcas del estado. En ocasiones se hacía construir un baño suntuoso, lo utilizaba una sola vez y luego lo mandaba destruir. Se dice que fue el primero de los romanos que usó vestidos confeccionados totalmente en seda, llamando mendigos a los que usaban por segunda vez una vestimenta que hubieran lavado. Jamás emprendió un viaje con menos de sesenta carruajes. Disponía de carros cubiertos de piedras preciosas y oro y despreciaba los que estaban hechos de plata, marfil o bronce. Capturó una ballena y la pesó, haciendo servir a sus amigos una cantidad de pescado proporcional al del peso de aquella. Hizo hundir en el puerto navíos ya cargados, diciendo que esta acción era una muestra de su magnanimidad.
Pero Roma no aprobaba su suntuosa manera de vivir, ni compartía su sentido del humor. Su propia guardia pretoriana lo asesinó obedeciendo órdenes de su abuela. Ahogado en excrementos en una letrina, su cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado al Tíber con un peso atado al cuello para que no tuviera sepultura.
Bien conocido es que, desde sus primeros días, los Estados Unidos de América huyeron de cualquier tipo de forma de gobierno relacionada con la monarquía, a pesar de que históricamente llegue a ser conocido su dominio como cercano al fenómeno imperial. Ahora bien, hubo alguien que se autoproclamó Emperador de los Estados Unidos y, sólo por ese sencillo ataque de lunática megalomanía, merece un pequeño hueco en cualquier recopilación de hechos curiosos y excentricidades.
Su Majestad el Emperador Norton I de los Estados Unidos de América y Protector de México, era un tipo de lo más curioso. Su nombre real, o al menos uno de los que utilizó, era Joshua Abraham Norton y, aparte de eso, poco se sabe acerca de sus orígenes. El Emperador, que vivía en San Francisco, había llegado a California como un aventurero más a mediados del siglo XIX, durante la fiebre del oro. Posiblemente nació en Inglaterra y, cuando falleció, en 1880, los cronistas calcularon que debía rondar entre los sesenta y cinco y los setenta años de edad.
De niño pasó un tiempo con su familia en Sudáfrica, donde su pades había emigrado hacia 1820. Sus parientes, próspera estirpe de comerciantes judíos, proporcionó como herencia a Norton una buena suma de dinero. Con los bolsillos llenos, decidió probar fortuna en América y, al principio, sus aventuras comerciales marcharon por buen camino. La avaricia hizo presa en sus deseos, especuló despiadadamente con el precio del arroz y terminó perdiendo casi todo su capital, hasta verse obligado a declarar la bancarrota de su sociedad tras perder diversos litigios presentados en su contra por sus socios.
Ahí está, posiblemente, el origen de su excentricidad. Alguien que había estado siempre en la cima, vivido de forma opulenta y acostumbrado a los tratos comerciales con diversos países, no podía quedarse quieto viendo cómo los días pasaban sin más. Por un tiempo desapareció, y nadie sabe a ciencia cierta dónde pudo vivir, hasta que reapareció repentinamente convertido en un extraño personaje. Envió cartas y artículos a diversos periódicos de San Francisco, quejándose del sistema de gobierno estadounidense, de su justicia y de los funcionarios del estado. Finalmente, presentó como la única solución a todos los males burocráticos del país una solución de lo más cómico. Proclamado a sí mismo como Emperador, llamó a representantes de todos los estados a reunirse en forma de nueva cámara de representantes en San Francisco. Sucedió en 17 de septiembre de 1859 y, al principio, tanto los periódicos como el público siguieron sus acciones con expectativa, como si se tratara de una obra de teatro. Norton I gritaba por doquier contra la corrupción, ordenaba movimientos de tropas y la abolición de las leyes anteriores así como la disolución del Congreso.
Se inició así uno de los “reinados” más surrealistas de cuantos haya habido nunca. Con el paso del tiempo Norton I estableció todo tipo de leyes para gobernar su imperio y planeó la construcción de grandes infraestructuras. Mandó la construcción de un puente colgante precisamente en el mismo lugar sobre el que muchos años más tarde se levantaría el Golden Gate, redactó edictos de todo tipo y, para colmo, se nombró Protector de México, porque en su opinión los gobernantes de ese país eran incapaces de hace prosperar a su pueblo.
No se sabe si Norton I se tomaba en serio a sí mismo, puesto que su influencia no pasaba de las risas que solía levantar a su alrededor, pero la función duró bastante. Su personaje imperial tenía espacio asegurado en la prensa, muchos curiosos visitaban su Corte, que no era más que un viejo edificio de apartamentos de alquiler. Vestido con sus ropajes imperiales, paseaba por San Francisco acompañado de sus dos perros, siendo saludado, o insultado, por quienes con él se cruzaban. Pero lo que comenzó como una protesta esperpéntica fue dando paso a un personaje típico de la ciudad. Como si se tratara de una atracción de feria, llegaban gentes desde muy lejos a conocer al gran Emperador, los restaurantes le ofrecían comidas gratuitas, sobre todo porque su presencia animaba el ambiente. Las críticas de Norton I fueron efectivas muchas veces, su ácido estilo a la hora de redactar sus artículos-leyes podían hacer daño a la credibilidad de personas o empresas, porque solía fijar el blanco de sus ataquen en problemas que acuciaban a los habitantes de San Francisco, quienes lo adoptaron como si fuera parte del paisaje urbano. Fueron muchos los incidentes que protagonizó, como el instituir un impuesto a los tenderos de San Francisco para mantener la Corte. Apenas se trataba de unos centavos y, muchos de ellos, pagaron gustosos, con tal de que el “circo” se mantuviera. En medio de las calles pronunciaba discursos, gritaba indignado contra de las penurias de los trabajadores, mientras sus medallas brillaban al sol. En cierta ocasión, habiéndose dañado su imperial atuendo y ante sus insistentes quejas, las autoridades municipales le obsequiaron con nuevas ropas.
Norton I se carteó con grandes personajes de su época, acudió a recepciones y fiestas y hasta logró acuñar ficticio papel moneda con su efigie, unos billetes que hoy se han convertido en carísimos objetos de coleccionismo. En medio de la Guerra Civil ordenó el alto al fuego y la reconciliación de las partes, claro que, como no podía ser de otro modo, ni Lincoln ni Jefferson Davis le hicieron caso alguno.
Tras más de dos décadas de mandato, el Emperador Norton I falleció durante una vehemente exposición de sus ideas ante un público expectante. La ciudad lo consideró una gran pérdida e incluso hoy es recordado, pues aunque lunáticos hay muchos, personajes tan originales son escasos. Ciertamente, causaba risa, pero sus discursos solían ir más allá de lo meramente circense. Hoy, una tumba recuerda el paso de Norton I por el mundo bajo un epitafio de lo más directo: Emperador de los Estados Unidos y Protector de México.
John Mytton: el Caballero Derrochador
Rico y noble propietario ingl'es de Shropshire, y apasionado cazador. En una ocasión, apareció en una cena de la que era anfitrión, montado sobre un oso, el cual acabó mordiéndolo en una pierna.
En otra ocasión, condujo su calesa a toda velocidad contra una conejera, para saber si el vehiculo volcaba. Y asi fue. También quiso demostrar que un caballo y un carruaje juntos no podrian saltar sobre una barrera de peaje de un camino, y se accidentó a proposito para demostrar su punto.
Le encantaba la bebida. Se tomaba ocho botellas de oporto al dia, y otras más de cognac. Admitía que el deporte y la bebida eran sus dos pasiones. Bueno, esas dos, y salir desnudo. En ocasiones llegó a salir sin nada de ropa a correr, o a perseguir animales. A veces en dias frios.
También lo admiraban y le sobraban "amigos" por su generosidad. Les arrojaba fajos de billetes a conocidos y criados. La fortuna que tenia se disipó pronto, y falleció en la cárcel especial para deudores, a la edad de 37 años. A su funeral acudió un aproximado de 3 mil personas.
Harry Bensley, el Otro Hombre de la Máscara de Hierro
Un ingles aventurero recordado por la extraordinaria e increíble apuesta con el banquero John Pierpont Morgan y su amigo Hugh Cecil Lowther.
Según el relato original, una noche de 1907 en el Nacional Sporting club de Londres, Morgan y Cecil discutían si un hombre pudiera caminar por el mundo sin ser identificado. Bensley, conocido como un mujeriego y presto a situaciones poco convencionales, escuchó la conversación y se ofreció para probar cualquier proposición siempre y cuando estuviera bien remunerada. El resultado fue que Lonsdale, junto con Morgan apostaron la importante suma por aquel entonces de 21.000 dólares, si Bensley era capaz de completar una circunnavegación peatonal.
Bensley debía cumplir algunas condiciones fundamentales:
“Nunca dar su identificación, viajar por el mundo a través de 169 ciudades británicas y 18 países, recogiendo la firma de un residente local prominente. Viajar con un sólo cambio de ropa interior como equipaje además de autofinanciarse en todo momento los gastos ocasionados. Y lo más increible y fuera de lugar,…Conocer su futura esposa y completar el viaje portando en su cabeza una máscara de hierro de 2kg de peso y empujando un carrito de bebe en todo el trayecto”.
El 1 de enero de 1908 partió de Trafalgar Square de Londres. Se supone que pasó los siguientes seis años y medio, con su carrito y mascara en la carretera, aunque existe cierta controversia sobre hasta que punto cumplió con los terminos de la apuesta. No hay pruebas documentales que acrediten que Bensley realmente cumplió con los terminos del increíble y absurdo desafío, pero la leyenda afirma que llegó hasta China y Japón.
Según el relato original, el 14 de agosto de 1914, el misterioso enmascarado de hierro se encontraba en Génova, Italia, donde afirmaban que había completado casi 50.000 kilómetros de viaje, donde tan sólo le quedaban 7 países restantes en su itinerario.
Pero la Primera Guerra Mundial había comenzado, las dificultades para viajar con estos ridiculos medios mientras su país necesitaba ayuda, hizo meditar a Bensley, que como buen patriota, regresó para luchar por su país. Durante el primer año de guerra fue herido gravemente, para finalmente quedar invalido del ejercito en 1915. Los acontecimientos de la guerra dieron un gope duro a su pequeña fortuna cosechada en inversiones rusas que quedaron en la indigencia.
Después de la guerra trabajó en empleos de bajo nivel como portero de cine o vigilante, para de nuevo verse envuelto en los albores de la Segunda Guerra Mundial donde sirvió de corrector de bombas en una fábrica de municiones.
Harry Bensley murió en una solitaria habitación en Brighton el 21 de mayo de 1956.
Heliogabalo el Horrible
El emperador romano Heliogábalo, cuyo verdadero nombre era Vario Avito Basiano, reinó la capital del ya decadente imperio desde el año 218 al 222.
Totalmente supeditado a su madre, Julia Soemis Basiana, no realizaba ninguna gestión en la administración del estado sin su aprobación, mientras ella llevaba una vida similar a la de las meretrices, cometiendo en Palacio todo tipo de deshonestidades.
Según narra Elio Lampridio en la Historia augusta, los excesos de Heliogábalo no tuvieron fin. De comportamiento transexual, buscaba emisarios por toda Roma que le procurasen hombres bien dotados y "representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas."
En Roma nadie se atrevía a rechazar una invitación para cenar con el emperador. Lo mejor que se podía esperar era una velada de lo más desagradable; lo peor una muerte particularmente indigna. Porque el joven emperador dedicó su corto reinado a gastar pesadísimas bromas a algunos de sus infortunados súbditos.
Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A otros invitados se les servía comida artificial elaborada con cristal, mármol y marfil. La etiqueta exigía que la comieran.
Cuando se servía auténtica comida, los invitados debían estar preparados para encontrar arañas en la gelatina o excremento de león en la repostería. Quien comía demasiado y se quedaba adormilado podía despertar en una habitación llena de leones, leopardos y osos. Si sobrevivía a la impresión pronto descubría que los animales estaban domesticados.
Heliogábalo era muy aficionado a los animales, y con frecuencia su carroza era tirada por perros, ciervos, leones o tigres. Pero existían las mismas probabilidades de verlo llegar a una ceremonia oficial en una carreta tirada por mujeres desnudas.
Con frecuencia ordenaba a sus esclavos que recogiesen telas de araña, ranas, escorpiones o serpientes venenosas que enviaba como regalo a sus cortesanos. En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitadas a una de sus cenas. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron.
Realizó sacrificios de toros en honor a Ceres y otras divinidades que se realizaban sobre una plataforma con orificios, bajo la que recibía la sangre de la víctima ofrendada. Practicó también los ritos de Salambo, que incluían el acto de castración en conexión con distintos cultos orientales. Sacrificó víctimas humanas, eligiendo para ello en toda Italia niños nobles y hermosos cuyos padres y madres vivieran aún con el fin de que la muerte les resultara más dolorosa a ambos.
Construyó unos baños públicos en la mansión imperial y, al mismo tiempo, abrió al pueblo los de Plauciano, para poder así descubrir las cualidades de los hombres mejor dotados sexualmente. Puso un particular empeño en que buscaran a los "onobelos" -que en griego significa "de pene de asno"-, por los lugares más escondidos de toda la ciudad y entre los marineros. Durante su gobierno, encumbró al poder a Aurelio Zotico, un atleta de Esmirna llevado a Roma por orden suya, con quien se casó.
Llamó para ocupar la prefectura del Pretorio a un bailarín que había actuado en Roma como actor, nombró prefecto de la guardia al auriga Cordio y prefecto de los víveres al barbero Claudio. Ordenó recaudar los impuestos de herencias a un mulatero, a un corredor, a un cocinero y a un cerrajero.
Sus despilfarros vaciaron las arcas del estado. En ocasiones se hacía construir un baño suntuoso, lo utilizaba una sola vez y luego lo mandaba destruir. Se dice que fue el primero de los romanos que usó vestidos confeccionados totalmente en seda, llamando mendigos a los que usaban por segunda vez una vestimenta que hubieran lavado. Jamás emprendió un viaje con menos de sesenta carruajes. Disponía de carros cubiertos de piedras preciosas y oro y despreciaba los que estaban hechos de plata, marfil o bronce. Capturó una ballena y la pesó, haciendo servir a sus amigos una cantidad de pescado proporcional al del peso de aquella. Hizo hundir en el puerto navíos ya cargados, diciendo que esta acción era una muestra de su magnanimidad.
Pero Roma no aprobaba su suntuosa manera de vivir, ni compartía su sentido del humor. Su propia guardia pretoriana lo asesinó obedeciendo órdenes de su abuela. Ahogado en excrementos en una letrina, su cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado al Tíber con un peso atado al cuello para que no tuviera sepultura.
Su Majestad de repente me hizo acordarme de un politico de la izquierda de cuyo nombre bi quiero acordarme.
ResponderBorrarCreo que inspirado en la historia de Norton surgio el personaje de Kevin Baugh, autoproclamado Presidente vitalicio de la micronacion de Molossia en el Estado de Nevada.
Para mi que el más raro de todos es Heliogabalo el Horrible, fue el que se me hizo más extremo, sobre todo por eso de darles cenas no comestibles a sus invitados
ResponderBorrarSaludos!!
^^
Vaya que excéntricos personajes, el emperador era el mas deschavetado me parece.
ResponderBorrarSaludos
Curiosas y extravagantes vidas.
ResponderBorrarSaludos.
Personajes bastante excéntricos.
ResponderBorrarHeliogábalo el Horrible se lleva el primer lugar.
Buen post.