El insomnio es el compañero más leal y apegado que he tenido. Ha estado conmigo desde la adolescencia, y ninguna terapia, técnica, o remedio lo ha podido alejar por completo. Ahí está, siempre conmigo, dejándome a veces por muy cortos periodos de tiempo, pero siempre volviendo a mi.
Es útil cuando el desvelo es necesario, ya sea por trabajo o diversión. Al ser noctámbulo, no hubo nunca riesgo de ser el último en quedarme dormido en alguna fiesta a la que fuera, y que terminaran haciéndome algo de lo que se le acostumbra hacer a quien se duerme. Por eso en el pasado hasta llegué a aprovechar ese tiempo despierto para escribir cualquier cosa, o si había salido a algún bar, hacer un post ebrio, seguido de otro más. Hasta estando ya muy borracho, el conciliar el sueño no es fácil.
Y así suelo estar, aunque tenga que trabajar a la mañana siguiente: resignado a no poder dormir. Escuchando mis playlist de música, viendo películas, fumando un cigarrillo, viendo más películas, de vuelta a jugar más juegos, dar un vistazo a redes sociales y pensar por enésima vez que ya no hay nada novedoso ni en realidad estimulante ahí. De ahí viene de manera invariable el pensamiento de que debo ya llevar a cabo mi mudanza de algunas de las redes populares a otras que son no populares pero a la vez no censuradas o invadidas por la mojigatería y prohibición. De ahí viene el momento en que tanto estar de ocioso y pensando cosas me da hambre.
Me lanzo a la cocina y me preparo algo. Alguna botana que me sea posible improvisar. Y si no, allá voy, en plena madrugada, a buscar algún puesto de tacos o por lo menos a la tienda a comprar algo. Por algo es que uno se vuelve gordo; no ejercitar y ni siquiera dormir bien y llenar esos huecos con comida, ¿qué más puede uno esperar? Y bien, de ahí a tal vez leer algo, o a seguir viendo cosas en línea pero con un momento de silencio, hasta que empiezan a llegar más pensamientos atropellándose unos a otros: dilemas existenciales sobre el más allá, o preguntándome qué hacer si se acaba el mundo, la nostalgia de tiempos pasados y mejores, las cosas que resolverían todo pendiente de inmediato, etcétera.
Y de nuevo, a comenzar desde el principio, ese ciclo de ocio de cada noche. Hasta que al final, y solo cuando ya comienza a verse la luz del sol, empieza a llegar el ánimo o la disposición de dormir. Pero eso tendrá que esperar; hay obligaciones que atender durante el día, después de todo. Así que, a llenarse de caféina, como el adulto clase media-baja trabajador promedio, y a seguir. Porque como dicen muchos: "no hay de otra". Y sí, al parecer no la hay...