De las tantas cosas que detesto es a los tipos que cometen violencia intrafamiliar, mayormente sobre la mujer. No me explico cómo, con los recursos que existen y lo obviamente aversivo que es el individuo, siga existiendo la mujer típica abnegada, que o bien se deja destruir, o se va al otro extremo y termina en la cárcel, por haber liquidado a un sujeto tan desagradable que lo que hubiera merecido más bien sería un premio.
Como suelo ser alguien valemadrista, comentaré un caso de mi propia familia para ilustrar tal punto. Por fortuna eso no se vivió en mi hogar, pero una pariente (adoptada, no de sangre) de la familia de mi madre lo vivió en carne propia, casada con toda una joya de individuo: un troglodita al que llamaremos "P". El susodicho trabajaba en una de las instituciones del gobierno y no le iba nada mal, sobre todo si contamos con que hacía tranzas. Su ética era tan sucia y degradante como su propio aspecto: gordo, ojón, barba gacha y sin siquiera arreglar, cara de chango, sin frecuentes hábitos de higiene elemental, y eso sí: alcohólico como él solo. Le entraba más alcohol al cuerpo que pitos a una prostituta, y presumía de su molesto hábito como si fuera un logro el siempre apestar siempre a una mezcla de sudor, saliva, y cerveza.
Esta mujer soportó golpizas al por mayor del tipo. ¿Y qué hizo? Su brillante solución fue llenarse de hijos, como si con ello fueran a disminuir las agresiones. P mientras tanto hacía tranzas relacionadas a su trabajo para sacar dinero, el cual gastaba en mujeres y en ponerse pedo en las cantinas. Eso sí, era un cobarde a la hora de armarse un pleito entre sus "amigos" y otro grupo de gente. En más de una ocasión la gente se rió al ver que el podía ponerse con cualquiera... excepto con alguien del sexo masculino. Llegaba luego a su casa, muchas veces con sus amigos de parranda, y era un desmadre hasta la madrugada. Incluso hubo ocasiones en que, ya vencida por el sueño, ella se despertaba a medias y alguno de los animales estaba manoseándola. Si luego se lo decía al marido, era recibir otra tanda, por andar hablando. ¿Encantador, no?
El tal P ya tenía su historial. Había defraudado a una tía suya, robándole dinero. Vendió propiedades que no eran suyas, más lo ya mencionado cuando estaba en su trabajo. Todo ésto causaba angustia en general, pero más rabia entre mi familia al ver que la pobre tonta mujer encima defendía al individuo. Una dinámica de enfermiza dependencia donde ya a uno le daban ganas de chocarla con P y entrarle a acabar de darle unos madrazos, por torpe. Finalmente, un día feliz, nuestro campeón de la misoginia se encaró con una hermosa dama a la que ninguno de nosotros puede resistirse o decirle que no: La Muerte. Le sorprendió en casa, muriendo lentamente y con gran angustia, encontrado después en deplorable posición corporal. La tonta, pueden imaginarlo: llorándole. A un sujeto que jodió su vida y la de sus hijos. Lo chistoso del asunto fue el ver a tanta gente diciendo "qué bueno" al saber la noticia. Lo malo: por esa florecita cortada del jardin de la violencia a las mujeres, hay muchas más plantadas cada día. En el niño al que le enseñan a ser un pandillerito que solo le importe la cerveza y el futbol, el adolescente al que ignoran y/o maltratan, y tantos otros casos tan conocidos por todos, y frecuentes como la luz de luna en cada noche.
Uno menos. Fue a su justo lugar. Mujeres que en el presente son víctimas: están a tiempo. Nada de pláticas y sermones, ni pendejadas de Día de la Mujer, conferencias, y demás. Es muy simple: ¿Quién querrían que fuera el cadáver, si el Destino fuera a llevarse a alguien forzosamente? ¿El abusador... o ustedes?
He dicho.