En cierto lugar, una mujer vive con su madre. Dicha mujer tiene N años, profesionista, soltera, y con una rutina simple e inquebrantable respecto a su vida personal y laboral. Mismas actividades, misma hora para cada una de ellas, sin excepción.
Como la mamá tiene un negocio propio, a veces la gente va a tocar a su puerta, cosa que la propia dueña ha autorizado y ha dicho a sus clientes que hagan. La hija les ha gritado cuando han ido a llamar, les ha sermoneado, y hasta ha caminado hacia ellos para encarárseles, con dificultad y dando esos pasos en vaivén tan incómodos debido a su sobrepeso. En resumen: una mujer enojada sin pareja que le grita a desconocidos. Y en una ocasión que pasé por ahí, la escuché hablando con su hermana y su mamá. La mujer acusó a su hermana de haber tenido las cosas más fáciles porque ella sí es bonita y simpática, a su madre de no haberle vigilado y condicionado con el método que fuera para que así no comiera y engordara, a los vecinos y conocidos por no respetarla o alegrarse al verla tanto como cuando ven a su mamá y hermana, y al final culpó a dos famosos personajes a quienes muchos gustan de responsabilizar de todo: Dios, y el Diablo. Porque su gran desdicha conjunta seguramente se debía a la acción de uno de ellos dos. Compré lo que iba a comprar, y al irme, empecé a recordar. El pasado, de mis extintos grupos, mis antiguos conocidos y colaboradores, y la niñez.
I. "Ese niño no es buena influencia", los padres preocupados de los años 90.
CD del álbum "In Utero" de Nirvana, el cual junto con su portada de la figura angelical causó exagerada molestia en algunos padres al verlo en posesión de sus hijos
De los que tuve de amigos en mi infancia, he escrito más de una vez. Los altibajos de la relación de amistad, la decisiva influencia de ellos sobre mí, y viceversa. Y como es lógico, un fuerte elemento presente son los padres. Son quienes dan los permisos, juzgan lo que les parece conveniente o no, y toman decisiones a nombre de sus hijos que afectarán su futura vida como adultos.
Una época peculiar, ese entonces. Y en lo que a los padres y la sociedad se refiere, la constante más observable era el gusto por encontrar chivos expiatorios. Responsabilizarles. Lavarse a sí mismos de cualquier pizca de conciencia que les indicara que eran ellos los del papel decisivo. Así es como empezaron a tirar a la basura los cassettes y CDs de Nirvana, diciendo que por culpa de ellos sus hijos estaban descontentos e inconformes. Como si fuera Kurt Cobain el encargado de la educación y cuidado diario de ellos.
Entre ese afán de culpar "al otro", quedé inmerso yo también. Los padres de algunos de mis amigos de entonces eran amables. Sabían ser corteses, y mantenerse al margen, a menos que en verdad fuera necesario intervenir. Pero hubo otros que realmente merecían aparecer en un libro de texto... de psicopatología. Desde ese entonces me convertí en el "malo del cuento", a quien al parecer los padres le veían un descomunal poder e influencia de llegar a corromper a sus retoños.
Un amigo del pasado era un ejemplo de esto. El papá ganaba muy buen dinero. Buen puesto, buenas inversiones aparte de su ingreso principal. Pero tras esas comodidades, estaba un hombre que creía que todo mundo quería con su hija. En cuanto a mí y los demás amigos del grupo, no se equivocaba, debo reconocerlo. Pero el papá de mi amigo llegó al extremo de a veces no querer que ni mi amigo ni su otro hermano la abrazaran o tocaran tampoco, algo que abría camino a numerosas sospechas respecto a "Papá Protector".
Una vez, éste tipo y yo estábamos en su casa trabajando en los proyectos finales de la escuela. Entre los dos nos terminamos los refrescos que había. Cuando el papá llegó, vociferó sobre sus refrescos, enojado de que nos los hubiéramos acabado, sermoneó a más no poder, y pateó la videocassetera de su sala. Todo para que al final acabáramos haciendo lo que se pudo hacer desde un inicio sin tanto drama: ir a la tienda, y comprar suficientes refrescos para que se los bebiera hasta que le explotaran los riñones, si así deseaba.
Luego de sus numerosos alegatos sobre mi "mala influencia", y a que seguramente su hijo y yo éramos amantes, por el hecho de llevarnos bien e ir a fiestas y antros con los demás de nuestro grupo en ese tiempo, el hijo y yo finalmente dejamos de tratarnos. No por eso, sino por nuestros propios conflictos internos. La hija, al paso del tiempo, se convirtió en mamá soltera y ahora vive en la casa paterna. El otro hermano estudió y emigró a Estados Unidos. Y el que antes fuera mi amigo se casó luego de otros incidentes y altibajos en relaciones previas en su vida.
Hasta el final, el padre sostuvo que yo soy quien era la mala influencia, el mal ejemplo, y que mi deseo era hacerle algo malo no solo a mi amigo, sino en general a sus hijos. Aún si ese hubiera sido mi deseo, no habría tenido que mover un dedo, él mismo ya había hecho ese trabajo sucio de forma espléndida.
II. Los religiosos y yo; "Primero Dios que tus libros"
Hay algo que deseo dejar en claro: no es que no crea en la posibilidad de que exista Dios, ni su contraparte. Por el contrario, creo que por ahí deben estar esas dos fuerzas o conciencias a quienes han etiquetado con ésos nombres. No, amigos ateos, no me crean inferior ni ingenuo, ya que al más puro estilo pragmático; si ellos están allá en algún sitio, ahí seguirán. Nostros estamos aquí. En la adolescencia, tenía ya rato de, aún creyendo en Dios, no practicar de forma activa religión alguna, y hubo dos personas a las que no les gustó para nada ésto: los padres de otro amigo: "J".
En este caso sin duda yo era el malo para ellos. Negar las llamadas por teléfono, regañarle si hablaba conmigo (aunque estábamos en el mismo salón y mismos equipos de trabajo en las clases), y otras cosas eran algo habitual. J y su hermano eran religiosos, hijos de un rígido y agresivo ministro-pastor de iglesia protestante, y una madre enemiga de todo aquello que fuera divertido y alegre.Y afirmaban que no faltaba mucho para que iniciara a su hijo en algo.
En efecto, a J lo inicié, no a seguir creencia alguna, sino a hallarle gusto al alcohol, la fiesta, las mujeres, y el tabaco. Y el deseo de conocer algo más que aquello a lo que le tenían acostumbrado, movió a J. a buscar sus propias experiencias. "Mamá Metiche" no podía quedarse de brazos cruzados, y con ganas de causar problemas, apareció en mi casa a contárselo a mi madre, la cual le contestó que lo que se espera de los jóvenes es que tengan salidas, amistades y noviazgos, y sean necios y rebeldes. Y que se trataba solo de que no atentaran contra su salud y vida. Mi madre mostró una actitud más madura y tolerante al mandar lejos a esa señora y sus intenciones de causar problemas, o de culparme por los cambios en su hijo que empezaban a ocurrir.
En cuanto al padre, el honorable ministro, hay tanto que decir que más conveniente sería en algún momento escribir un libro sobre él y su forma de manejar su congregación, los recursos de su hogar, y la vida de sus hijos. Pero claro, los malos eran los de fuera, los que pensaran y vivieran de forma distinta.
III. Conclusión
Afortunadamente estoy lejos de ser como aquellos que gustan de encontrar chivos expiatorios, a ese "otro" que fue quien con su inmensa e innegable fuerza te hizo cometer una mala decisión, perjudicarte, sabotearte.
En algún momento fui de esos, pero por fortuna ya no. Porque no es el cantante, ni el escritor, ni el amigo de fuera o cualquier tercero quien carga la mayor responsabilidad. Dejar de culpar a otros siempre por todo lo malo que nos sucede o por lo que dejamos de hacer, y reconocer la propia responsabilidad. Y ojalá que lo aprendan las siguientes generaciones también.
Y ni hablemos de cómo somos en la actualidad chivos expiatorios de fracasos empresariales, disputas domésticas ajenas y estancamientos de vidas miserables.
ResponderBorrarLo que sí es que siempre disfruté de mi mala reputación ya que ésta fue la que me sirvió de filtro de amistades.
SIEMPRE HAY PAPAS OJETES. PERO PUES SON DE OTRA EPOCA Y SIEMPRE VAN A BATALLAR CON LO QUE SUS HIJOS HACEN AHORA.
ResponderBorrarEn la escuela primaria había ocasiones en que alguien hacía algo malo como robar una goma, pintar el pizarrón o esconderle la mochila a otro. La maestra enfrentaba al grupo y preguntaba quien fue?
ResponderBorrarObservaba al grupo intentando leer en el lenguaje corporal o la mirada quien era el culpable, nunca era yo, pero me gustaba fingirme nervioso, esquivar su mirada, hacer algun gesto que me acusara del crimen.
La maestra triunfal me señalaba, me preguntaba si lo hice y porque y yo gozaba defendiendome y dando razones de porque no podia haber sido yo.
Al leer este post me acordé de lo anterior.
Nunca he sido chivo expiatorio de nadie. Creo.
ResponderBorrarSaludos.
Pfff, hubiera preferido un post más ligero, sin complicaciones de índole moral o existencial para mi.
ResponderBorrarPuse particular atención tu redacción relajada y confortable. Me dio paso a... ¿meditar?
Un abrazo.
EL CHIVO EXPIATORIO
ResponderBorrarEs una figura que se nos ha incrustado en la lengua y en la conciencia, cuyo origen conocen muy pocos. El diccionario define al chivo como la cría de la cabra desde que no mama hasta que llega a la edad de procrear. Y al chivo expiatorio o chivo emisario, lo define como aquel sobre cuya cabeza cargaba el sacerdote, por la imposición de manos, todas las culpas del pueblo; tras lo cual era expulsado (e-missus) al desierto entre el griterío y las imprecaciones del pueblo contra él.
En el capítulo 16 del Levítico se explica el rito anual de la expiación, con el “chivo expiatorio” como protagonista distintivo de los demás rituales. Aarón… recibirá de la asamblea de los hijos de Israel dos machos cabríos para el sacrificio por el pecado, y un carnero para el holocausto. Aarón ofrecerá su novillo por el pecado, y hará la expiación por sí y por su casa. Tomará después los dos machos cabríos, y presentándolos ante Yavé a la entrada del tabernáculo de la reunión, echará sobre ellos las suertes: una la de Yavé y otra la de Azazel. Aarón hará acercar el macho cabrío sobre el que recayó la suerte de Yavé, y lo ofrecerá en sacrificio por el pecado. El macho cabrío sobre el que recayó la suerte de Azazel lo presentará vivo ante Yavé para hacer la expiación y soltarlo después a Azazel. Aarón ofrecerá el novillo del sacrificio por el pecado, haciendo la expiación por sí y por su casa… Degollará el macho cabrío expiatorio del pueblo…
Hecha la expiación del santuario, del tabernáculo de la reunión y del altar, presentará el macho cabrío vivo; pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará sobre él todas las culpas, todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas las transgresiones con que han pecado, y las echará sobre la cabeza del macho cabrío y lo mandará al desierto por medio de un hombre designado para ello. El macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada, y el que lo lleve lo dejará en el desierto.
En el rito de la Expiación lo más llamativo es el reparto entre Dios y Azazel, el genio del desierto en quien la exégesis popular vio siempre al Demonio. Son dos los machos cabríos, y se sortean entre Yavé y Azazel. El de Yavé es sacrificado; el de Azazel en cambio, después de haberle sido transferidos por el sumo sacerdote todos los pecados del pueblo, es enviado vivo al desierto, y abandonado allí.
No debe ser ajena a este ritual expiatorio, la asignación de la figura del macho cabrío al diablo. El paganismo grecorromano aportó sus sátiros a esta misma imagen. Lo sustantivo es la institucionalización de la descarga de nuestras culpas sobre alguien, en este caso el macho cabrío-diablo: con la particularidad de que el chivo expiatorio es el tributo que pagan los siervos de Dios al Diablo. Sí, el chivo expiatorio, tanto el real como el metafórico, es una concesión, el justo tributo al Príncipe de las Tinieblas, al responsable de todos los males. Lo menos que podía pasarle al chivo expiatorio, al inocente al que le han echado las culpas, era que le insultasen y le imprecasen mientras era expulsado.
No viene al caso pero en un retiro religioso un amigo (estaba ahi por ayudarle con un trabajo) dijo algo sobre que entre los hebreos los puercos eran rechazados y se les acusaba de ser sucios y eran usados como chivo expiatorio y yo pregunte si entónces el puerco era el chivo... si, no viene al caso pero es una anecdota curiosa
ResponderBorrarMi caso mas cercano de expiatorismo es el de mi papá quien acusa a mi mamá de ponernos a mi hermano y a mi en su contra cuando nos alejamos de él porque es muy desagradable, luego está mi abuelo quien le echa la culpa de lo que sale mal a lo que sea que tenga a la mano, una vez le estaba gritando a un palo por meterse en su camino (y si, es el abuelo paterno)
Mientras leía tu texto pensaba en esas personas que salen en los talk shows justificando su manera de actuar con sufrimientos en la infancia (le pego a mi esposa porque mi papá me pegaba a mí, etc.)
ResponderBorrarCreo que, lo hagamos de manera consciente o no, nuestros padres terminan siendo nuestros chivos expiatorios.
Lo, digamos, revelador del asunto, es que aunque el sufrimiento esté justificado, uno es responsable de sus actos. Y si sabes que podrías repetir patrones que en el pasado te lastimaron, es tu deber luchar por romper el ciclo.
Lamentablemente la mayoría opta por el camino más fácil, el de hacerse las víctimas.