En estos días tuve que ir a ver a mi dentista. Sí, el mundo sería un lugar mejor si no hubieran problemas dentales de ninguna clase, si todos tuviéramos un metabolismo que impidiera engordaramos sin importar las calorías, y lo expelido por el cuerpo no tuviera olor. Sin embargo, no es así. Y debemos ir a dar nuestro dinero a otro para que nos arregle nuestras descomposturas.
La dentista que me atiende, y la chica que es su asistente son siempre muy amables y por demás profesionales. De eso jamás he tenido queja; Lamentablemente, no pude decir lo mismo del peculiar personaje con quien me fui a topar: la recepcionista del lugar.
Aquí debo describirles en sí el lugar: es caro, y se ha sabido manejar bien en cuanto a su publicidad, sin llegar a ser de los que siendo los más conocidos son a su vez los más agobiantes. Tuve oportunidad de conocer a la odontóloga que lo maneja, y además de sus décadas de experiencia en su profesión, sabe manejar un negocio. Noté en particular un detalle: las mujeres que tiene ahí trabajando, además de obviamente saber realizar las funciones de su puesto, son jóvenes y guapas. La recepcionista sin duda lo era; físicamente era un 100 y con medalla de oro, pero es de ésa especie dentro de las mujeres que desprecio con todo mi ser: las que creen que por tener un buen cuerpo y estar chichonas, eso las convierte en Reinas del mundo.
Éstas mujeres son fáciles de reconocer hasta para el ser medianamente experimentado. Tienen una expresión facial que es inconfundible: entrecierran los ojos como si fueran ojos de Garfield, y la boca entreabierta mientras te hablan, con un tono de voz como si estuvieran negándole la limosna a un pordiosero. Si llegas a ver a una mujer que frecuentemente tiene una cara así, no hay duda: o es una mamona, o está muy funcional para ser alguien a quien se le hizo una lobotomía.
Pues bien, luego de recibirme con tal amable cara, la recepcionista me pregunta si tengo cita y le respondo que sí. Se queda en el teléfono un tiempo, y es entonces cuando comienza todo:
- Si gustas esperar un momentito, ok...
- Claro - dije yo, y me quedé recargado, mirando la televisión que tenían ahí.
Otro momento en blanco donde la nada profesional monigota perdía el tiempo, y me dice fastidiada:
- Esperar, me refería a que te sientes, ok...
- ¿QUÉ? - pregunté yo, aún incrédulo de lo que estaba escuchando - Perdona, pero: ¿Hay algún problema si no me quiero sentar y prefiero esperar aquí?
- Ah bueno, como tú gustes.
Antes de hallar una mejor forma de responderle, salió la asistente de mi dentista a saludarme y decirme que podía pasar al piso superior. Subí, y ya transcurrió la cita como es normal. Terminando, fuimos abajo nuevamente para pagar. Vuelvo, y está la mujer con la misma cara de apatía y arrogancia a la vez. Me informa la cantidad a pagar, y entonces saqué de la cartera una tarjeta de crédito, y extendí la mano dándosela.
Y es aquí donde me hace la que quizá es la pregunta más estúpida en todo el Universo que pudo ocurrírsele hacer (Deben visualizar la escena, junto con el tono de voz como si estuviera hablándole a un vendedor de cruce vial) :
- ¿Vas a pagar con tarjeta de crédito?
Me sentí un momento congelado. Como pude, contuve las ganas de decirle "Fíjate que no, suelo sacar la estúpida tarjeta por mamón, a que la miren tipas huecas con el I.Q. de un calcetín, o a veces para echarme aire con ella". Hizo el cobro, mientras yo esperaba que hiciera alguna torpeza como el cobrarlo dos veces, para ahora sí convertirme en un energúmeno frente a la demás gente. Firmé, y me fui de ahí. Valoro enormemente a las mujeres y sé que no todas son así, por fortuna, ya que son especímenes como ése quienes dan mala fama al género.
Concluyo con mi más sincero deseo de que no se topen (por lo menos no tan seguido) con gente así. No le tengo paciencia ni fe a la humanidad en general, y éste tipo de encuentros refuerzan tales pensamientos.












