Déjenme contarles una desagradable experiencia que tuve.
Venia de regreso del trabajo en el camión del transporte público. Me senté en el lado izquierdo, y luego de ponerme los audifonos, me olvidé del mundo alrededor. De pronto, oh sorpresa; algo vino a sacarme de ese agradable estado de apatía hacia todos en el que me gusta estar. Era un niño.
Saben ya que no soy precisamente fanático de estos seres. Les veo muchas similitudes a las bacterias, solo que éstas ultimas son utiles en mas cosas. Y bien, este niño vino a chocar de pronto con mi hombro. Ahi me di cuenta que no era uno, sino dos. Y con ellos, de pie estaba la que supuse seria su madre. Luego de que los oi decir "Mamá, mamá" ya no me quedo duda alguna.
Transcurria el viaje, y poco a poco fue llenandose la unidad de pasajeros, hasta llegar a ese habitual apretujamiento que todo el que vive en Mexico conoce. Los dos diablillos, el primero de unos 9 o 10 años y el otro de 8 a lo sumo, iniciaron el intercambio de golpes, empujones, y patadas, "jugando" -tan lindos ellos- para entretenerse, mientras la señora solo se sostenia con los brazos en alto y masticaba un chicle felizmente. Sus retoños chocaban conmigo continuamente, y el mas pequeño alcanzo mi cara con sus manoteos un par de veces. Hasta ahi fue lo relativamente normal.
De pronto, el par de niños empezo a abrazar continuamente a su madre. Luego acariciaban sus brazos, su cara, y finalmente vi al singular par de niños tocando las nalgas y los senos de su progenitora repetidamente durante sus abrazos. El mayor incluso ponia los ojos en blanco. Un poco más adelante, los dos alternaban esa conducta con sus jueguitos de manos, y también hablar sobre drogas, mientras hacían la pantomima de estar inhalando algo con un pañuelo y sonriendo. Aquí no supe si reirme o asquearme, mientras veía a la señora perdida sin hacer nada mientras sus vástagos se daban gusto. Ahí tenía yo el espectáculo, pues; y era yo el que estaba en primera fila. Todos saben que un servidor generalmente tiene un estómago con mucho aguante, pero el ver a esos dos niños haciendo todo eso junto a su madre, no es algo que me dejara conservar el hambre camino a casa.
¿Qué pasaría en la vida de esa mujer? - me pregunté. Uno mas de los retratos de desdicha con los que dia a dia nos topamos, a veces sin darnos cuenta, tal vez porque la vida nos causa ya tanta aversion que preferimos ignorarla. Unos con fiestas, otros con costumbres religiosas, unos mas con deportes, y otros apáticos y amargados misántropos, con unos audifonos.
Cuento esto porque quiero decirles, queridos lectores, que si están decididos a tener hijos, tengan a bien darle el minimo de sentido común a sus engendros. Y si han de ser malos, que lo sean con estilo, que de pandilleritos corrientes ya tenemos de sobra. Aquí no debe haber Paternidad Permisiva, sino Paternidad Realista, y ésta es la que realmente sirve para convertir a sus descendientes en personas inteligentes, educadas, y fuertes; algo que a muchos de las últimas generaciones les hizo falta.





